
Portavoces
Juane Odriozola
Laura Ojeda Bar
Ariel Cusnir
Marina Mariasch
Guillermina Mongan
Dana Rosenzvit
Diana Aisenberg
Julián Sorter
Mariela Gouiric
Cristóbal Gracia
Gustavo Cruz
Ana Gallardo
Daniel Aguilar Ruvalcaba
Paloma Contreras Lomas
Amanda de la Garza
Juan Caloca
Roselín Espinosa
Francisco Fenton
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Lxs Portavoces, sobre Reunión:
Juane Odriozola
Fui a tu casa. Hablamos un rato. Era después del mediodía. Entre todos los libros que tenías por ahí encontré una pila de fanzines sobre el sillón y me pregunté si estarías haciendo alguna publicación nueva. Parecían todos iguales. Agarré el de arriba. Era un librito misterioso, lo único que decía en la portada era: Akim. Di vuelta a la hoja y, sin nada de información, alguien empezó a hablarme. Sentí que hacía semanas estaba esperando esos poemas. Yo venía de publicar unos propios y pensaba que me gustaría escribir de otra manera. Esos poemas fueron la materialización de ese deseo. Lo mío era ingenioso, más mental. La escritura de Akim, en cambio, desbordaba.
¿Y éste quién es? Me contaste de Reunión y de Akim: un niño de doce años, mexicano, de la selva lacandona. Juzgando mi conmoción me invitaste a ser su Portavoz. Socio, avatar, amigo, decíamos en ese momento, todavía no habías encontrado la palabra.
Esta posibilidad de prestarle la voz a alguien, de que la voz de Akim ocupe mi cuerpo en una suerte de transmigración, posesión, encarnación; deja en un lugar muy extraño dónde queda el cuerpo y dónde está la persona. Hay algo de la calidad de lo vivencial. El que puede decir “me gusta andar por la selva” es alguien que vive en la selva, que tiene una vida específica, que habita un lugar determinado. Le gusta andar por la selva y ese placer es literatura. Hay otra forma de conectarse con las cosas. Una conexión más corporal. Se puede acceder a un conocimiento por una presencia. Vivir adentro de una intuición. Adentro. Digo intuitivo porque tengo que contrarrestar de alguna manera la lógica de mis dimensiones occidentales. Pero no diría que Akim es intuitivo. Él está unido, ligado a las cosas. Y esa continuidad le da a sus palabras una presencia material que se transporta.
Esa calidad del encuentro que hizo que estos poemas se escriban y lleguen a mis manos estaba en el libro aún antes de que me cuentes cómo habían sido escritos. Son poemas que te hacen estar cerca de otra persona; que traen una presencia.
Laura Ojeda Bar
En mi casa hay una foto, muy famosa para la vida familiar, en la que yo estoy con un guardapolvo pintando una copia de un Cézanne, una postal de unas naranjas que estaba en casa. Me habían regalado mi primera caja de oleos y empecé a pintar. La primera vez que leí los poemas de Andrés me acordé de esa época. Como si volviese un rato a mi forma de ver de cuando tenía seis años. Fue raro eso. Cuando habla de las plumas del pavo real, o las rosas azules que quería pintar. Pequeños detalles que parecen aleatorios, que no tienen una razón de ser, que no están repensando algo, que no resultan interesantes por ningún tipo de orden externo. Te está hablando de los colores de un pavo real, y salta a la rosa que quiere pintar, y de ahí a un motoquero, y de ahí al cielo, y de ahí a las calles del pueblo... Hay algo de completo en esa forma de mirar, de mirar sin fragmentar. Es un paseo para la vista. Dejarse llevar por otra persona casi de la mano.
Diana Aisenberg
En cada instancia de esta obra, alguien está hablando y alguien está escuchando. En cada instancia, las palabras se meten en otra persona, en otro lugar, en otra licuadora, para juntarse con andá a saber qué y que quede no sabemos qué. Lo único que sí sabemos, es que en cada una de esas transformaciones, el filtro de la escucha, del habla, de la escritura, de alguna forma, participa.
Así, en cada instancia de esta obra, se abre una nueva distancia. Yo y lo que digo: una distancia. Yo que te escucho: otra distancia. Yo que escribo lo que escuché: otra distancia. Parece un mecanismo intrínseco y ontológico de cómo funcionan las obras, de las posibilidades de distancias que abre una obra. Distanciarse del propio yo, del lugar donde uno está, de algo que sintió, de su voz.
Son esas distancias las que hacen que lo que un chico vio por la ventana se transforme en obra. Experimentar ese devenir es lo que lo hace obra y no que vos o yo lo señalemos como tal. Ese es el punto. Es como si hubieras construido un Scalextric: un sistema de movimientos y posibilidades de circulación en chiquitito. Jugás con los autos, cruzás el puente, frenás en un semáforo, te vas a la montaña, y hacés circular un contenido que se transforma constantemente, en cada metro cuadrado.
Los autos, los protagonistas, no somos las personas que participamos. Ni los escritores ni los portavoces. Los protagonistas son los poemas. Y los poemas no son lo que alguien dijo ni lo que vos escribiste. Son la suma de esas distancias que pusimos en ejercicio y el rastro del vínculo que los construyó.
Dana Rosenzvit
La identidad siempre se construye a costas de un límite. Y ese límite es un espacio que ejerce poder, que permite ser una cosa y no permite ser otra cosa. Hay un otro que siempre queda afuera de la definición y eso permite que otros queden adentro. Ambos, los que quedan afuera y los que quedan adentro, se identifican por límites fijados. Pero la identidad que se construye con el otro no es siempre un límite que reprime. A veces es una pauta de entrada, una potencia, una posibilidad que deja ser. Por ejemplo, ahora que hace un mes soy mamá, Fidel es un otro que implica un mundo de nuevas formas de hacer, una nueva gama de sentidos que me hacen ser otra cosa.
Es muy lindo porque la palabra —según Lacán— es la que fija. La que nos hace entrar al mundo simbólico, que es el de la ley, el que te dice “esto sos y esto vas a ser”. Y acá es todo lo contrario, la palabra es la que da la posibilidad de perderse en el otro, de que el otro nos desborde, de que se diluya en nosotros y nosotros en él. Y no es sólo un otro, sino vos con ese otro, porque ya esa palabra escrita implica una reunión anterior entre dos personas, y una reunión de esas dos personas con algunas palabras, y de esas palabras entre sí. Nosotros, los portavoces, somos para esas palabras un eje de locución, un sitio de puro intermedio, un instrumento. A través de nosotros habla el que no tiene voz en ese momento porque no está presente, alguien que consiguió una voz y esa voz es la nuestra. Y quizás somos nosotros los que no tenemos voz porque son ellos los que hablan.
Ariel Cusnir
Me acuerdo de algunas derivas, de hablar con alguien desconocido, esos hallazgos de viajes, o a veces de noches, esa situación de estar bastante desnudo frente a alguien que no conocés mucho, hablando de cualquier cosa y escuchando. Siempre me pasa que deseo que esos momentos, libres de especulación y de necesidad de postergación, queden de alguna manera en una memoria material. Mientras te cuento esto, me acuerdo de una conversación con un taxista. Le decían el gallego. Me acuerdo que llegamos a mi taller y apagó el taxímetro y nos quedamos cuarenta minutos hablando. Todavía me acuerdo de lo que me contó. Hablamos sobre su familia, su historia, la casa que se hizo en Banfield. Fue una situación de encuentro. Él debe hablar con muchas personas por día, pero de pronto apareció alguien con quien sentía la confianza y el placer de contarle lo que quiera. Nunca escuche a alguien hablar con tanto amor de su ex mujer.
Reunión es tu atlas. Un atlas analógico de historias, encuentros, palabras. Tiene muchos condimentos. Algo de mochilero, ese personaje que se presenta, que llega a un lugar y dice “hola, estoy buscando a alguien para escribir poesía”. Hay algo de mitológico. Algo de historia para contar. Por un lado es la historia personal del que publica, y por otro lado la historia de un barbudo que llega al pueblo, imprime un libro de una persona encontrada al azar, y hace una presentación del libro, que se vuelve una situación a viva voz, una celebración abierta del encuentro, un “acá pasó algo”.
Pienso mucho en los poemas de Patricia. Cuando ella se describe a sí misma hay una celebración. “esto es lo que soy, esto es lo que puedo afirmar que soy”. Y eso está dicho por ella, y ahora hay un objeto que va a hacer que esas palabras se muevan. Me parece tan lujoso como que Platón haya escrito a Sócrates. Escribir algo que no fue hecho para escribirse, que no fue pensado para escribirse.
Diana Aisenberg
Las conexiones que se hacen con la lectura, a través de la palabra escrita, no son menos intensas que las conexiones que se pueden dar en el encuentro entre dos personas. No te pasa con todos. Vos leés, leés, leés, y a veces leés a alguien y hacés un vínculo con lo que estás leyendo. No sé cómo explicarlo... Las revelaciones de Clarise Lispector. Yo leía eso que escribía en el diario y decía ¡me habla a mí! Y empezás a sentirte esa persona, y a identificarte, y te enamorás de lo que estás leyendo y pensás que te gustaría escribir así, y hablar con ella en tu cabeza, o ser ella. Son encuentros que te marcan, que te construyen ¿Cuáles serán las diferencias que con alguien que te encontraste y charlaste?
Los encuentros literarios tienen algo de encuentros viajeros también. Ese momento único en que te encontrás con una persona, y te enamorás, y te cambiás los teléfonos y las direcciones, y después no la ves nunca más. Y esos encuentros a la vez son como dibujos, como cuadros que viste, como libros que leíste. Se me vienen unos recuerdos muy vívidos de algunas descripciones del diario de Katherine Mansfield. Lo debo haber leído hace 40 años y no me olvido más cómo la nena arrastró ese tapado por esa habitación ¡O Sandokan! El chaleco de piedras esmeralda entrelazadas, la selva. Esos encuentros son un antes y un después en tu vida. No sos la misma persona. Estás produciendo infinitos encuentros y no sabemos hasta dónde van a llegar sus efectos.
Laura Ojeda Bar
Los libros de Reunión no son libros en el sentido clásico: 150 páginas, encuadernados, con lomo. Si fuesen libros así sería completamente diferente la experiencia. Yo trabajo maquetando libros y cada vez que agarro uno, veo la plata del papel, el editor, un corrector o dos, el que diseñó la tapa, el armador. Mucha cantidad de esfuerzo y dinero que en algunos casos aleja. Los libros de Reunión son papeles juntos, objetos que dan la sensación de que los puede hacer cualquiera. Son publicaciones urgentes, como si quisieras que no dependan de nada, al igual que los poemas.
Guillermina Mongan
Yo me autopercibo como una persona de género fluido y muchas veces pongo en marcha un montón de elementos que “sé” que intervienen a la hora de ser leídx de una manera u otra. En mi obra, por ejemplo, hay algo de lo “codificado” que por momentos parece ir por delante de mí, y hace aparecer esa distancia y cercanía como imágenes fantasmales. En relación a esto, cuando me invitaste a leer a Rigo, fue una posibilidad de leer en voz alta, en primera persona y en masculino. De decir mi cuerpo es Rigo. En ese momento no hubo distancia entre Rigo y yo. Yo era Rigo.
Elegí para leer el poema en el que Rigo dice que quiere ser como los pericos, que andan de un lado a otro, buscando lugares para ser cosas mejores. Es lo que venimos hablando, ¿no?, las distancias, las preguntas, mudar de identidades, de lugares, ser otrxs por un rato, ser Rigo por lo que dura un poema, encontrar nuestras formas de hablar que se intersectan unas a otras todo el tiempo.
Una posibilidad tangible y corporal de ser otrx a través de la palabra. Pero es una palabra que es cuerpo. Yo ahí no fui Guille leyendo a Rigo. Yo fui Rigo. Por un tiempo que no sé cuanto fue. Y no es leer en voz alta en mi casa, es leer frente a otrxs que me están escuchando mientras digo: hola, soy Rigo, vivo en Guatemala, cerca de un lago precioso.
[Mientras charlamos Guille tenía una remera que decía “sin lengua no hay amor”]
Laura Ojeda Bar
No importa si la que escribe es Juana, Andrés, si la que habla soy yo o Ari. O quizás sí importa, pero el foco no está puesto ahí. Si vos estás conversando con alguien no hay autorías, no es una obra de teatro en las que unas líneas de dialogo son tuyas y otras mías. Está bien, hay alguien hablando y alguien escribiendo, pero, ¿qué importa? Estos libros suceden porque se juntaron. Las reuniones suceden porque nos juntamos. Spinoza decía que la unidad en filosofía no es uno, es dos. Uno en relación con otro. Creo que Reunión tiene el espíritu de disolver quién dice qué. Es una nebulosa, gente hablando, escribiendo, leyendo, hablando. No creo que a esta obra le interesen las palabras en términos de propiedad. La propiedad es un robo. Reunión es una práctica. Una práctica que no se inscribe en contra de nada, que va por otro camino.
Diana Aisenberg
Es increíble decir “yo soy Patricia, soy paraguaya, trabajo en el mercado 4”. La alegría de ser otro. Ese momento. ¿Será eso lo que sienten los actores?, aunque en este caso es ser un otro vivo, no un personaje. Cuando digo “yo soy Patricia” me siento orgullosa, me siento cerca, identificada ¡Y cuando les habla a las mujeres! ¡Que no se queden quietas, que la que se queda en el molde es una boluda! Me despierta mi propio optimismo.
Es un corrimiento de yo y de lugar.
Es lo que nos pasa contantemente a los artistas. Siempre en esta calesita, a veces objeto, a veces persona, nadie, ídolo, privado... El artista, siempre un abanico de lugares sociales, titilando entre ser alguien, ser un lugar, ser un contexto. Decir "yo soy Patricia" es ser pintado y es pintar, y el retratado, ¿sos vos o es otro?
Roberto Jacoby
Una ensalada con muchos ingredientes, mezclados todos sus componentes. Es ese tipo de trabajo del que nunca se sabe cuál es el resultado y no importa. Yo llamé a lo que hago Cocktails, Cocktails Sociales. El trabajo invisible de articular personas, situaciones, que después se componen y adquieren una vida propia, como remolinos que no se sabe para dónde derivan.
Es impresionante cómo ciertos imperceptibles muros que se imponen entre las personas definen tanto nuestras prácticas. Este es un proyecto anti-separación. Es la batidora. Tomás componentes de diferentes tierras y épocas y los haces girar a gran velocidad. Me parece que del único modo que puede surgir algo es del contacto entre lo diferente.
Que los escritores sean desconocidos hace más radical, más extrema, la acción de desescribirse. Este es un proyecto de desescritura: vos sos el escritor que no escribe, que se desescribe para que escriban los otros. Aunque cuando anotás vas haciendo una lectura, una síntesis y una propia manera de ver la cosa. Ningún registro es inocente. Y lo que queda es una asamblea, un parlamento. O un collage, donde distintos recortes de voces forman una voz.
Ariel Cusnir
Mientras vos y Edson escribían ese poema en el que Edson apostaba todo al color blanco de la bandera, yo estaba pintando un cielo de Argentina, de un azul cobalto rabioso. Me acuerdo que había dudado si no hacer un cielo gris, pero elegí ese azul bien arriba, un azul fiesta. Estaba pintando una historia en la vida de Sarmiento, el prócer argentino. La pintura se llama Campaña del ejercito grande, y recuerda esa famosa campaña que se hizo para derrocar a Rosas. Fue el ejército más grande reunido hasta ese momento. Esa guerra fue contada por Sarmiento en un libro. Sarmiento había tenido la lucidez de pensar una forma de participar en esa batalla sin pelear, utilizando la escritura como su único medio de guerra. Convenció a Urquiza, el Presidente, de ser coronel en la guerra. Le dieron una carreta gigante y muy fuerte para llevar una imprenta alemana pesadísima, una de las más modernas que había. La fueron a buscar a Uruguay. Cruzaron el rio con la imprenta. Era una imprenta muy muy veloz. Y entonces Sarmiento escribía durante la noche con velas, y un ejército de técnicos que se había armado para la ocasión, estampaba, y hacía toda la producción. Estampaban un periódico, un panfleto, y a cada pueblo que llegaban, entregaban puerta a puerta esas noticias. Creo que duró dos semanas, algo así. Todo esto en una época donde muy pocos sabían leer, así que los textos caían en un pueblo y los agarraba algún maestro o alguien que sabía leer y se juntaban en las plazas o en la escuela a leerlos.
Hay una historia de unos pintores japoneses. El rey llama a los mejores pintores de la región, y les pide que pinten su pueblo natal. Entonces uno va, y dibuja, y dibuja, y dibuja constantemente, toma montones de apuntes y qué sé yo, y hace una obra colosal, una pintura gigante. Otro hace una gran colección de dibujos pequeños. Y otro va con su caballete y se queda a vivir unos meses en su pueblo. Va conociendo a las personas que viven ahí. Charla, toma té con uno, con el otro. No pareciera estar ocupándose de pintar el pueblo. Poco a poco va conociendo todos los lugares del pueblo, su gente, y cuando finalmente llega el día en que tienen que entregar sus trabajos, va, elije un punto donde pararse, y hace un solo dibujo. Confía en que la relación entre su experiencia, el lugar, y las personas con las que conversó, va a resultar en un dibujo hermanado al pueblo.
Guillermina Mongan
En el archivo de Aby Warburg estuve mirando documentos una semana seguida. Entré en sintonía con lo que le sucedía a mi cuerpo en ese estar ahí, ante lo inevitable del gesto con el que Warburg había escrito eso que ahora estaba en mis manos. Me detuve en lo tachado, en los papelitos mal recortados, en lo que parecía anexo o sin importancia. La mayoría de las cosas que vi estaban escritas con tinta negra y lápiz; pero lo que se llevó mi atención fueron unas anotaciones en lápiz verde. En ese lápiz verde había una clave, un detalle como modo de acercamiento. Ahora mi foco estaba en el trazo y en el fuera de cuadro. Miré muchas fotos de los procesos del atlas, cómo ponía los ganchitos, cómo estaban pegadas las imágenes, cómo eran las telas sobre las que estaban las fotos. Empecé a conectar con mi propia acción al vincularme con los materiales de la escritura. Acá hay una dirección que no quiero dejar, ni quiero perder de vista: una zona entre la razón, la organización, lo sistémico, el gesto y la intuición.
Entre visita y vista al archivo hubo muchísimas preguntas ¿Cuál es tu proceso de subjetivación en ese estar ahí? ¿Qué le pasa a tu cuerpo en esa síntesis, esa traducción que te hace poder compartir cierta información? Cuando sintetizo material de lo que investigo para llevarlo a mis diagramas, algo de esa experiencia corre el riesgo de perder el cuerpo. O al menos eso pienso a veces. O temo que me pase. Siento que necesito meterme aún más en la imaginación dispuesta a adentrarse en sistemas de escritura para el cuerpo, para el mío con el de otrxs. Trabajar ese gesto a fondo. El vínculo sistema-gesto. Estoy buscándole, y buscándome, en las fisuras, dónde están, dónde se guardan. Y no es danza, creo, aun habiendo coreografía el cuerpo no es evidente en esto, pero no puedo dejar de percibirlo.
Hace un tiempo hice una obra que empezaba con una cita que decía que hay que encontrar un lenguaje que no sustituya al cuerpo sino un lenguaje que hable corporal. Desde ese entonces, no dejé de buscar dispositivos-visuales-espaciales donde trabajar el cuerpo de la escritura y el cuerpo en mis procesos de investigación. La palabra en mí toma partido como imágenes y ante ellas. Trato que esa toma de partido en primera persona dé el aire necesario para que entren otrxs, si no es solamente mía y así no pasa nada.
Hay un libro que leía hace poco, Distancia de rescate, de Samanta Schweblin. Es una historia de un hijo y una madre. El texto todo el tiempo tiene una tensión asfixiante; ella siempre tiene a la vista lo que está sucediendo y te lo va relatando sin soltarte ni un poco. Y vos empezás a sentir esa sensación en el cuerpo de que algo está por pasar, de que no podés perder nada de vista porque si no explota. Hasta que en un momento dice, “se cortó el hilo de la distancia de rescate”. Es mucho más lindo que esto que te digo, pero la cosa es que la sentís sin escala ¿Viste, por ejemplo, cuando ves algo y empezás a verlo y sentís que tenés control sobre eso, que tu cuerpo y eso están a una distancia abarcable y ante cualquier cosa que suceda vas a llegar a él? Bueno, pienso que en la relación distancia-cercanía es donde quiero meterme para ver cómo seguir. Pensar las distancias en mí y de a muchxs. Hacerlas y destruirlas de a muchxs.
Julián Sorter
Cuando leí los poemas de Reunión me dieron calma. Desahogo. No sé por qué ¿Frescura porque es algo que nunca veo escrito? Usan una forma de hablar que suele estar vedada. Como si en algún momento la palabra escrita se alejó de la palabra oral. Coloquial, sencilla, cercana, sin pretensiones. Hay una sorpresa cuando alguien habla de lo que está comiendo y eso está bueno. A veces leo poesía argentina y digo, está hablando con tanta sencillez de lo que está desayunando y está tan bueno. Y no es que me interese la auto-referencia. Más algo del permiso. A veces escribo en mi cuaderno con mucha vergüenza cosas íntimas y no veo la belleza que tienen. Esta poesía es medio Queer: qué lindo que sos siendo lo que sos. En pintura la mancha también opera así. Genera escenarios para que la gente se adentre con todas sus particularidades y sea bellísima. Y uno se queda mirando eso y es un misterio.
Algo de estos poemas te saca de la costumbre, de algo aburrido, de lo de siempre. Y no es que lo de siempre esté mal, pero estamos aburridos. Las vidas están re aburridas. Sentimos que estamos conectados con el mundo entero pero, yo al menos, me veo siempre con gente igual, hablo siempre lo mismo, hago siempre lo mismo, cojo siempre parecido ¿Está un poco así la vida, no? Todo bastante sectorizado, establecido y dirigido para que nos encontremos con quienes nos tenemos que encontrar, en los lugares donde nos tenemos que encontrar. Así funciona Facebook, que filtra para que termines viendo solo a las personas que piensan como vos. No sé si fue distinto antes, pero aunque seas re copado y seas un gran artista y estés rodeado de gente re copada y cojas con gente hermosa, si es siempre lo mismo, te aburrís.
Ahora parece que no hay norma de nada, todo puede ser pero también todo puede no ser. Entonces todos estamos caminando a ciegas pero con las mismas pretensiones, las mismas ambiciones de ser geniales. Y estamos bombardeados. Los artistas, los espectadores y todos los participantes del arte, estamos bombardeados de información. Sea donde sea que te acerques alguien te dice: lo que tenés que saber es esto, lo que tenés que leer es esto, lo que tenés que hacer es esto. Es un ambiente hostil y competitivo. Nos la pasamos buscando más afuera, demasiada presión por ser algo que aún no somos. Y de golpe leés estos textos y te dicen: “hola, ¿vos qué sos?”
Los hablados por la poesía – Mariela Gouiric
Viajar y conversar. Doble movimiento. El primer movimiento es abandonar las comodidades y seguridades del propio hábitat para entrar en otros, incómodos e inseguros tan sólo por desconocidos. Deseables por la misma razón. El segundo movimiento es la charla: conversar es la posibilidad de construir todo tipo de cosas, entre ellas un vínculo. Para un vínculo se necesita confianza entre las partes y voluntad. Si no tengo confianza no converso ¿Quién conversa con un desconocido, si no hacerlo es el primer mandato que nos dan en nuestras casas para aprender a protegernos? Para los hombres es distinto: al dejar de ser niños, se deshacen, sin notarlo, del tutelaje de esta orden “no hablés con desconocidos”, ellos serán en todo caso el desconocido con quien no hablar. En cambio las mujeres cargarán con este miedo aún crecidas, si no se animan a desarmarlo y a entrenarse para la defensa. Entonces, un vínculo precisa de confianza, que es el no-miedo. Confianza y voluntad ¿Para qué? Para la fuerza. Para ejercer la fuerza suficiente, que mueva la tierra que somos y acerque —arrancando árboles, desbordando arroyos, sacando de su lugar cordones montañosos— nuestros territorios. Un vínculo es un gesto de fuerza. La conversación y la voluntad por el deseo de cortar alambrados y expandirse sobre el terreno del otro, e invitar al otro a caminar sobre el propio. Indefinir no es robarse ni dejarse robar, sino compartirse y reinventarse, cuestionar y romper los límites impuestos para encontrarse.
Cada conversación tiene su propio ritmo y su musicalidad, dadas por el tiempo y por la lengua. Hay turnos para la dicción y la escucha, turnos que los participantes intercambian. Si uno habla el otro escucha. Si el otro habla uno escucha, y así. Si ambos escuchan hay silencios que pueden ser de diferentes longitudes. Si ambos hablan no significa que nadie escuche. Aunque pueda percibirse como ruido, los que hablan se escuchan al menos a sí mismos.
Un acto aún más dedicado que la escucha del habla es la copia escrita de aquello que se está escuchando. Es decir, traducir las palabras dichas a un papel, para salvarlas de su calidad de efímeras. De no escribirse, las palabras se pierden al instante, si no tienen mejor suerte y sostienen su existencia un poco más, hasta que falle la memoria del que las cuenta o se termine de desgranar el boca-en-boca que las traslada. Escribir lo dicho por otro es el rescate de la voz del otro, que fijada por el símbolo y la tinta, tendrá permanencia en el tiempo y la posibilidad de seguir conversando aun cuando su originante ya no esté.
¿Hay voces que valen más que otras? ¿Cuáles son las escuchadas? ¿Cuáles son las voces que llegan a escribirse y a publicarse? ¿Cuáles son las voces rescatables para este sistema que se impone y nos vigila en nuestra manera de hacer hábitats y de vincularnos?
No hay muchas cosas que pedirle a la poesía fuera de todo lo que queramos pedirle. Y yo le pido que busque y encuentre a las personas que son —como dijo mi amigo Zelarayán— habladas por la poesía. Le pido que haga de escriba de estas voces. Que las encuentre y las traiga para charlarnos, para atacar la soledad y el individualismo, y para mostrarnos las delicias de la lengua, no por la lengua misma, sino porque allí está el conocimiento. Están las marcas que nos imprime el poder, pero también la resistencia que las confunde. Si la poesía es escriba de estas voces, acompañará la amplitud y el cuidado de ese terreno que es nuestro y nadie podrá nunca medir, comprar, ni lotear, porque siempre encontrará la manera de escapar o avanzar sobre todo régimen político que se anime a intentarlo. Le pido entonces a la poesía que cuide ese terreno, el terreno de nuestros corazones.
Lihuel Gonzalez
Era Semana Santa. En Iztapalapa hacían la representación del Vía Crucis, de La Pasión de Cristo. Parecía una aventura ir hasta allá. Te pregunté si me querías acompañar y fuimos. Nos encontramos en una estación del metro y cuando salimos, Iztapalapa era un parque de diversiones lleno de gente, juegos metálicos, ollas de barro gorditas y puestos de comida. Dimos muchas vueltas por las calles, la mayoría valladas, que se dirigían al Cerro la Estrella, o algo así, que era donde crucificarían a Jesús. Había caballos, soldados romanos, judíos, fieles. Todos eran parte de la representación.
Entre caminatas encontramos una puertita abierta escondida detrás de unos toldos. Decía “jugos”. Estábamos bastante fanatizados con los jugos y el calor era muy fuerte, así que entramos. Ahí nos encontramos con Vicente. El lugar era su casa, la casa familiar. Su hijo, que estaba estudiando para chef, se había hecho un puesto de jugos aprovechando las fiestas y la cantidad de gente que pasaba. Los jugos eran increíbles. Hacia unas mezclas muy zarpadas. Y entre jugos empezamos a charlar, Vicente nos pregunto de dónde veníamos, qué hacíamos, y nosotros lo mismo. Me acuerdo que nos trajo un CD de música ranchera. La tapa era espectacular, todos los cantantes en fila con unos sombreros enormes. También nos convidó unos tacos con mole que hacía su mujer y unos dulces que había traído de Oaxaca. Nos contó sobre Iztapalapa y la historia de la procesión. Por el 1800 había habido una epidemia de cólera muy grande y la gente del barrio hizo una promesa. Pidió que terminara la epidemia, que no hubiera más muertes y, como intercambio, iban a representar el Vía Crucis cada Viernes Santo, por siempre. Unos días después las muertes empezaron a cesar. La gente empezó a mejorarse. Y desde entonces se hace esta caminata en Iztapalapa. Antes de irnos, Vicente se fue y vos les pediste a sus hijos su teléfono. Creo que al otro día lo llamaste y se encontraron a desayunar.