Posfacio a Reunión: Winkul Mapu
por María Moreno

Cuando nos conocimos mediante un intercambio ciego de Whatsapp, descubrimos que teníamos las mismas obsesiones aunque yo todavía sufría el tatuaje indeseado de “cronista” y él era un artista que había creado un procedimiento llamado “Reunión” mediante el que escuchaba, escribía y editaba junto a otres sin pasar por los medios donde yo publico lo que aún se puede llamar “entrevistas”. Siempre me gustó decir con desparpajo que me consideraba hija del matrimonio igualitario entre Manuel Puig y Rodolfo Walsh. Lo decía sin pedantería, el Edipo femenino no obliga a superar a los padres y la imaginación no requiere pruebas de ADN.

En un ensayo llamado Doble casetera escribí sobre la deuda de los dos escritores para con el testimonio buscando relacionar opuestos aparentes. Y rematé con una hipótesis política: “¿Qué sucedería si se pasara el grabador, es decir, si se socializara un procedimiento que va mucho más allá de la técnica? ¿Si se jaqueara el par experto-objeto y se hiciera rodar un casete entre pares (la palabra es muy blanda, toda transferencia genera poder y ni hablar de la escritura)? ¿Si se volviera al autor-escucha? ¿Si se lo liberara de esos espacios tutelados/privados de ciudadanía, gerenciados por la política partidaria o reciclados por la cultura progresista en productos de exotismo pop (cárceles, villas, organizaciones de piqueteros, cartoneros, etc.), y se dejara el grabador a aquellos que, para la ciudad posmoderna, siguen teniendo un nombre de injuria, “los negros”, amenazantes ágrafos, “leídos” y no “lectores”?

Entre lo que yo llamaba alocadamente “mis padres” había un proyecto común de hacerse soportes de voces heterogéneas, una jugada para que “El Otro” mítico dejara de ser objeto de estudio antropológico, diagnóstico psi o pintoresquismo literario y se deshiciera de la tutoría paternalista del médium letrado para montar unos textos de los que no se podría saber nada anterior a una práctica, tal vez, venidera. Papá Puig llamaba a algo así “novela”, Walsh no le ponía nombre pero tal vez fuera “testimonio”. Yo ignoraba que ya existían las primeras entregas de Reunión. Luego leí Lengua o Muerte: El 26 de marzo de 2020 , el bangladesí Mohammed Hossein, del barrio de Lavapiés, había muerto de covid por no saber el suficiente español como para comunicarse con el hospital o porque su acento delataba a una comunidad ninguneada. Dani organizó la reunión por teléfono.

Pronto decreté que había encontrado en Dani Zelko a mi hermane menor, el que suele ir más lejos, tal vez porque no ha recibido los mandatos que aplastan al mayorazgo. Después nos conocimos enmascarados por los barbijos pero a cara descubierta sobre vasos de bourbon on de rocks y hablando casi al mismo tiempo para chocar siempre con el mismo obstáculo: nuestras opiniones sobre el uso del grabador. Pero ese debate no tiene nada que hacer en este posfacio aunque yo grabé la charla pero no me contenté con el registro, tentada como siempre por aplastar la palabra del otro para reemplazarla en la escritura con lo que yo pienso que él hace.

Reunión es un procedimiento de escucha, transcripción a mano, tipeado, corrección y edición que se realiza entre un grupo, una persona y el artista en tres tiempos donde la autoría es colectiva y la mano queda anónima, aunque de quién es no sea un secreto pero totalmente acordado por los dueños de las voces.

No me gustan los datos, me recuerdan al periodismo y cuando son de una precisión crítica que los pone en su sitio, admiro a quien lo logró y más si es alguien como Gabriel Giorgi, ese agudo investigador de las letras cuir latinoamericanas, profesor performer y amigue de Dani Zelko: “El recorrido de este procedimiento es indicativo de su apuesta y de su alcance. Empieza con las “Temporadas” (2015-2018), que hilvanan encuentros con distintas personas en ese “caminar sin rumbo” que va desde Entre Ríos en Argentina hasta la Selva Lacandona en México. En las siguientes efectuaciones del procedimiento, esta deriva empieza a enfocarse sobre situaciones social y políticamente críticas, reunidas en las “Ediciones urgentes”, que arrancan desde el 2017 y se enfocan en situaciones de urgencia política surgidas en contextos diversos. Migrantes en las fronteras de EEUU (Frontera Norte), brutalidad policial en Argentina (Juan Pablo por Ivonne), violencia contra procesos de autonomía indígena en Argentina y Chile (¿Mapuche terrorista?), abandono de migrantes y luchas por la lengua en Madrid (Lengua o Muerte): El procedimiento descubre de manera creciente su potencialidad política, su capacidad para articular urgencias de los cuerpos y las comunidades en contextos de profundización de la desigualdad obligatoria que parece habitar el corazón de las sociedades neoliberales”.

–Sí, el procedimiento es siempre el mismo –dice Dani–, me encuentro con una persona que me habla, escribo a mano todo lo que dice y cada vez que hace una pausa para respirar, paso a la línea que sigue . Por un lado, eso a mí me cansa mucho. Hay momentos de escritura que duran más de seis horas en las que termino transpirando y con la mano cansada. Y eso a la otra persona le genera fe, confianza. Porque es raro que alguien desconocido te escuche y más raro que lo haga con mucha atención. La persona ve cómo sus palabras quedan escritas en el momento. Es como si yo grabara y desgrabara delante de quien narra. Pero al no estar grabando, sabemos que lo que queda por escrito de ese encuentro es lo que sucede en ese momento en que los cuerpos están juntos. Y siempre escribimos el primer día que nos encontramos, no nos hacemos amigues antes. El mismo día que escribimos con Lof Lafken Winkul Mapu, imprimimos con mi mochila imprenta y nos volvimos a encontrar alrededor del mismo fuego. Cada une tenía una copia del fanzine y una lapicera. Lo leímos tres veces en voz alta y cada persona fue marcando y pudo decir ‘esto no lo digamos’, o ‘mejor corrijamos esta parte’. Y cuando terminamos la corrección, se me acercó una y me dijo: “Hasta este momento pensábamos que estábamos en un libro, con unas condiciones que nos parecían copadas y a las que ya habíamos accedido. Pero en el momento en que corregimos juntos, leyendo en voz alta, cada una con una copia, ahí sentimos que de verdad este libro lo estábamos haciendo juntos”. Las presentaciones fueron conmovedoras: ahí se comprueba la contundencia del libro como objeto político, con la intervención pública de la voz sonando.

Cuando escucha, Dani pasa de renglón en cada pausa, y atiende a un ritmo, quizás porque el ritmo y la cadencia devuelve a la poesía su pasado de nemotecnia para la memoria histórica. Generando una suerte de música de la justicia sus relatos colectivos y denuncias constituyen además un archivo de contrainformación.

—Ahí está la tradición de Allen Ginsberg con su acordeón y su Kaddish.
Kaddish, el poema, se hizo con la rítmica de la oración fúnebre. Y todos los libros que hice con este procedimiento giran en torno a muertes, no muertes en general sino propiciadas por violencias de Estado. Muertes donde se puede leer cómo funciona el poder y al mismo tiempo cómo se organizan y se fortalecen las resistencias alrededor de los procesos de duelo. El ritmo de la mano es fundamental porque yo estoy tocando la batería, estoy tocando la guitarra, es como si nos juntáramos a zapar.
—Y al mismo tiempo tenés que llamarte a silencio.
—No puedo estar hablando a 500 kilómetros por hora como hago siempre. Cuando me encuentro con los mapuche, por ejemplo, hablo mucho más lento, me tiro para atrás incluso físicamente, me saco de encima el tiempo de la ciudad. Para mí es una pregunta importante cómo podemos responder con urgencia a las cosas que suceden sin desplegar una temporalidad reactiva o inmediata como la de las redes sociales. Y es un misterio: por un lado, muevo la mano re rápido, pero el tiempo que despliega esa mano es un tiempo lento, para pensar largamente. Es como esos riffs de guitarra súper veloces pero que crean un tiempo flotante, en suspenso. Si yo pusiera un celular en el medio, el otro no sabría si lo que está diciendo se está transfiriendo on line o subiendo a Instagram. Eso ya tiraría una fragancia de inmediatez. Y todas las decisiones formales de esa primera parte del procedimiento buscan armar intimidad. Por eso no hago preguntas, no saco tema, no empiezo yo. Y en el proceso de escritura puedo ver cómo se van por las ramas, cómo van tratando de cortar con la narración anterior que traen de ellos mismos.
—Como que se reescriben a través de tu mano.
—Y suele haber momentos de silencio súper grandes, de media hora, donde yo me callo. Para los mapuche no es un problema el silencio. De hecho tienen una relación con el silencio súper hermosa y también con los sonidos de la naturaleza, con el del fuego, con el de la chupada del mate, con el del canto de los pájaros. Hay un montón de silencios que fueron claves en este relato. Silencios en los que ellxs, con la mirada, pensaban cómo decir, qué decir y qué no decir, qué palabras dejar adentro de la comunidad y cuáles sacar para afuera. Yo me tuve que poner límites muy claros y muy artificiales y categóricos para no hablar encima, para no guiar la conversación hacia donde yo quería, directamente para no hablar.

La trutruka y el shofar.
El general Mansilla escribe Una Excursión a los Indios Ranqueles como winka y alto mando de un ejército que dos años después de su aparición en el diario La tribuna, llamará “conquista del desierto” al genocidio de sus habitantes. Pero atribuye al cacique Panghitruz Guor el saber leer como lo que era, un estadista de las tierras que la Constitución quería expropiar a sus habitantes originarios: es conmovedora la escena en que Panghitruz Guor desentierra en un espacio de la pampa el archivo de La Tribuna y le enrostra al entonces coronel un análisis político en el que reconoce la falsedad de los tratados y el proyecto de exterminio. Pero hay un diálogo pertinente entre los dos “jefes” donde no es menor el principio de semejanza en la diferencia: Mansilla es sobrino de Rosas, Panghitruz Guor fue rebautizado Mariano Rozas luego de haber sido secuestrado a los nueve años por los hombres del restaurador y vivido en su estancia donde se hizo “gaucho del corazón” hasta que se escapó para volver con los suyos y ocupar su rango de cacique. Harper Lee, que acompañó a Truman Capote al pueblo de Holcomb en su investigación para escribir A sangre fría, ablandó a unos vecinos prejuiciosos y aterrados luego del crimen de la familia Clutter, cuando, durante una fiesta, descubriera que la esposa del comisario había nacido en la misma zona de Nueva Orleans que ella. Pueblerina asumida, le hizo el entre a Truman Capote para que, poco a poco, todos pudieran abrirse ante el foráneo fiestero a quien se había visto llorar al abrir una encomienda enviada desde Nueva York que contenía un pote de caviar.

¿Como hacerse oreja del otre para buscar esa igualdad en la diferencia o una diferencia sin absolutismo, más allá de aquello que engloba capciosamente la palabra “humanidad”– une otre que se ha hecho amigo de las especies no humanes en sus campos expropiados –para escuchar en hospitalidad y sortilegio de encuentro? Es preciso que en el entre nos se novele algo común que haga fluir la lengua en el relato, el oído a la voz que es muchas, y en este caso, a la mano en su vuelo sobre el papel. ¿Qué ven los mapuche en ese winka pelilargo, de estilo hiperquinético, ese cíborg urbano con mochila-imprenta? Los mapuche leen en él la experiencia de un genocidio que los acerca, la sangre derramada de un pueblo, alguien cuyo tatarabuelo Yosef, a quien no conoció, le dejó un mandato por cumplir cuando dijo que un pueblo no debía separar la oralidad de la escritura.
—Se llamaba Yosef Elihau Trivush y era del movimiento iluminista, que quería un judaísmo no religioso y mezclado con artes y ciencias "profanas". Era traductor de Nietzche, Tolstoi, Dostoievski y otras "grandes obras universales" al yidish que era en ese momento la lengua oral de lxs judixs, que leían las escrituras sagradas en hebreo pero vivían en yidish. Mi tatarabuelo recorría en carreta las zonas rurales de Lituania llevando esos libros. Mi tatarabuela, que se llamaba Rodhe, dirigía una universidad en 1899. Hay fotos de ella en 1875 con un gran escote, mi tatarabuelo tirado en el piso.
—¿Un pueblo no tiene que separar oralidad y escritura?
—Y confiaba en el yidish que era la lengua de la diáspora. Su hermana, Rivka Trivush, les escribía las cartas a mujeres que no sabían escribir. Ambxs fueron encerrados en el ghetto de Vilna y ahí murieron antes del 41. La mayoría de sus familiares fueron asesinadxs, se supone que algunxs fusiladxs cuando se firma la solución final en el 41 y otros son enviadxs al campo de exterminio Sobibor. Mi bisabuela y una hermana habían conseguido cartas para emigrar como maestras antes de la guerra, mi bisabuela a Entre Ríos y su hermana a Sudáfrica. Desde el ghetto mi tatarabuelo le manda una carta a mi bisabuela en la que dice: "Nos van a matar a todos, necesitamos hacer que mi biblioteca llegue a Argentina".
—¿Papá?
—Mis abuelos paternos venían de familia de campesinos. Nacieron en 1908, mi abuelo se hizo comerciante y se fueron a vivir un pueblo "libre" entre Polonia y Alemania que se llamaba Danzig. Cuando se acercaba la guerra el intendente de Danzig armó una campaña para salvar a los judíos del pueblo, pero sin decir mucho. Cada ciudadanx no judix tenía que elegir a una familia judía y ayudarla a salir. Las personas dejaban sus casas y todas sus pertenencias al municipio, a cambio de pasaportes falsos y pasajes para llegar al lugar del que recibían una carta. Así se salvaron mis abuelos que se escaparon en 1938. Mi tío (hermano mayor de mi padre) tenía un año. Vivieron dos meses en una alcantarilla en París esperando el tren y el barco. Mi tío quedó con “problemas psiquiátricos”. Mi abuelo tenía diez hermanes, mi abuela ocho. todes asesinades en Auschwitz. Mi padre nació en 1950 y cuenta que hasta sus diez años todos los días sus padres se levantaban e iban a ver si había llegado una carta de alguien que hubiera sobrevivido. Nunca llegaba y lloraban en el desayuno. Cuando fui a visitar una gran parte de los campos de concentración y conocí sobrevivientes, me dijeron: “Nadie salió vivo de acá sin la ayuda de alguien más, sin un vecino que alcanzaba una papa caliente, sin alguien que se puso a tararear una canción, o sea sin una manito de alguien que quizás no estaba ahí adentro”. Y es lo que entendimos con los mapuche: yo ahora estoy en un lugar como de blanco y privilegiado pero a la vez mi vida se construye sobre la memoria de un genocidio.

Esa mano hacendosa que presiona con la antigua fuerza del lápiz en contra del roce tecnológico –presión tenue, casi ociosa que exige la computadora o el celular–, convierte la escritura en un oficio manual, de esos que Hannah Arendt condena al animal laborens y Richard Sennet discute en El artesano.

Cuerpos presentes.

Veloz, como agitada, la mano de Dani permite ver que el pensamiento siempre va más rápido que su transcripción, se diría que hace transpirar, mostrándoles a los que narran que el poder es de ellos, al mismo tiempo que poco a poco, los hace virar hacia el dictado, esa arma pedagógica que suele convertir un texto canónico en un test de ortografía. Quien dicta detecta un saber y somete al otro a un examen. El arte de Dani da vuelta esa desigualdad, lo que se le dicta es propio en el sentido de que no es de él, es en cambio, comunitario.
—Y al cuerpo donde actúa una mano no le asusta la palabra manipulación.
—Yo manipulo mucho la forma en que la situación sucede y las decisiones formales de cómo esa palabra oral pasa a escrita. Eso me permite no corregir después. O sea, no editar. Lo que sí trato de editar es la situación y la forma en que esas voces van a pasar a escritas. Me gusta pensar que la situación es la autora. Esos cuerpos alrededor del fuego hablando, escuchando, escribiendo, leyendo, es la autoría.

No hay un solo momento de privatización del texto, ningún a solas con él, su mochila mágica pasa, imprime y él vuelve al grupo para la corrección. Tampoco hay un mito de mímesis taquigráfica: la transcripción es un pacto, no un registro de escribiente.
—Tuviste que entrenar el cuerpo.
—Tuve que desarmar mi cuerpo, mi forma de hablar, toda una batería de gestos para hacer espacio. Eso forma parte del procedimiento. Casi no hablo pero sí me hamaco, me río, lloro, muevo los hombros, me inclino hacia adelante. No soy yo el que elige las palabras y las organiza pero sí trato de hacerles lugar, de darles aire. Voy moviendo el cuerpo para que todo el espacio de aire entre nosotres sea para elles, para que sus palabras suenen. Una especie de improvisación que evidencia que una parte de la acción la estoy haciendo yo pero son elles les que importan. Con el paso de las horas me voy fatigando y elles se toman más tiempo para pensar: la cadencia se afloja. No es que yo grabo, me voy a mi casa, pongo play a media velocidad, me tomo un vinito mientras corrijo y los cuerpos están lejos.

¿Cuál es el tiempo de la expropiación? Es aquel donde lejos del narrador y por una ventaja técnica un cronista se lleva el relato y se hace autor aunque luego no firme en la edición del material . Ese tiempo de reserva es el dominio unilateral más allá de que los entrevistados por Tom Wolfe se reconozcan y autorizan su propio relato escrito en primera persona por el autor.

En Reunión no hay mediación, en el sentido más literal, no hay medios y hay “Reunión” para adentro del territorio mapuche que se envía por correo en cajas herméticas. Y no hay palabra para él, Dani, no es lenguaraz ni un winca amigo. Importa que el texto alcance a les mapuche que aún no conocen su historia o que aún no han entrado en la lucha por la reapropiación de sus tierras.
El cuerpo a cuerpo en su caso, puesto en el otro territorio, actúa. No hay medios pero hay médium. Es que en su procedimiento hay algo del legado popular espiritista donde el poder de transmisión consiste en vaciarse como yo y ser literalmente ocupado por las voces de los ancestros. Y ser médium de los vivos hace que el cuerpo –un movimiento del hombro, una risa, un ligero marasmo– quiera dar cuenta de que es atravesado por las palabras en toda su materialidad presente.

Para la edición de Lengua o muerte, Dani escuchó los relatos por teléfono. Su cuerpo se impacientaba, emitía ruidos, tamborilleaba. No había encuentro. Entonces grabó pero decidido a destruir la grabación.
—Ni videoconferencia, ni Whatsapp. Puse plata en el Skype y llamé a sus teléfonos. Cuando estaba escuchando y anotando con la mano no pasaba nada. La otra persona no me estaba mirando, no estaba al lado mío, movía la mano al pedo. Traté de escribir en la computadora y tampoco pasaba nada, porque esa persona no me veía a mí cansándome ni veía cómo sus palabras orales pasaban a escritas, no estaban los cuerpos en junta. El no grabar ni preguntar no me estaba sirviendo. Entonces dije, no, pará, esta vez mi cuerpo tiene que hacer una acción diferente. Bueno, grabemos –con Skype se puede grabar– y yo me sentí casi entrando en un trip espiritual, tratando de que mi cuerpo se sintiera al lado de esa persona a través de onomatopeyas o sonidos. Y ahí funcionó. Grabé, corté. Lo hice sonar. Lo transcribí, borré la grabación y listo. Y ahí se los mandé para que vieran qué onda. Repetí el método con el resto de los amigos y parientes de Mohammed. Y salió al toque. Y fue re groso porque ese libro se distribuyó un montón, pudo intervenir territorialmente aun sin haber estado ahí, aun sin haberles visto nunca las caras a las personas con las que escribí. Se armó toda una red de intérpretes Bangla que se apropiaron del lema Lengua o Muerte y que, por lo que me cuentan, usaron el libro para poner en común sus demandas y sus voces en una época de aislamiento y soledad.

Entre dos padres.
Para la escritura de Sangre de Amor Correspondido Manuel Puig entrevistó a un obrero empleado temporariamente en su casa de Río, casi analfabeto. Puig no sólo jaquea en su novela las jerarquías del saber al permitir a su narrador tomar la palabra y pasarla a la escritura sin demasiadas correcciones (las correcciones que pude ver son de tipeo y las desgrabaciones han sido realizadas por profesionales) sino que en el mismo acto de escuchar y grabar se hace enseñar la lengua por X, ya que en el momento de las entrevistas hacía poco que había llegado a Río y no conocía muy bien el portugués. Dani transmite en un español que para los mapuches es la lengua de la dominación que heredaron de sus padres, obligados a sumergir en una amnesia de integración el mapuzungun que ahora reaprenden a través de sus riquísimas oraciones y sus maestros y poetas, pero lo que transmite es la resistencia y los reclamos al Estado.

Walsh siempre había pensado la categoría “cronista popular” como una figura independiente de la del militante y del periodista “amigo”. Si en su obra como investigador tomaba testimonio, en la agencia ANCLA empezó a vislumbrar una colaboración activa en la que estuviera latente el pase del cronista informante al cronista redactor y editor, pase que daría cuenta en potencia de una suerte de autoformación política individual, pero para una tarea colectiva. ¿Qué imaginaba? ¿Pasar el grabador? ¿Enseñar a editar? ¿En democracia lo hubiera hecho en periódicos estatales? Nunca me canso de insistir con ese latiguillo de Sartre de que el verbo hubiera no existe. Pero lo que es seguro es que a Walsh le hubiera fascinado la mochila imprenta de Dani Zelko. En el video El Walsh de la investigación de Mauricio Pérez, Lilia Ferreyra relata el gusto de su compañero por los implementos técnicos de espionaje y que la hacía acompañarlo a Puerto Nuevo a buscar entre las mercaderías de contrabando ínfimos micrófonos, cámaras con zoom espectaculares y cómo se armó un televisor luego de comprobar que estaba ligado con la radio del departamento de policía e inmediatamente se puso a hacer escuchas para investigar al enemigo sin salir de su casa. Daniel Link dice que de haber sobrevivido Walsh hubiera sido hacker.

Las Ediciones Urgentes de Reunión van al territorio ya que en democracia el litigio por la tierra entre los recuperadores y el Estado usurpador o las empresas explotadoras continúa; hay zonas donde funciona la militancia clandestina, el gatillo fácil, los cadáveres puestos y el relato oficial de los hechos disparándose como una bengala en las redes: todos arrastran en su momento la sombra del terrorismo de Estado anterior ejercido en José León Suarez. La metáfora del cerco que Walsh invita a romper con su mensaje de cadena informativa ya no sirve. La proliferación de fake news, las nuevas performances del odio y sus apropiaciones de la izquierda, la información con pruebas falsas multiplicada por las redes, donde cada infamia puede quedar escrita y excitar a la opinión pública, convierte el quedar escrito que consigue Dani Zelko en una contra prensa con mayor capacidad de expansión en el tiempo que la de los medios poronga. Una nota de tapa injuriosa y de post verdad reaccionaria se suele expandir en presente finito: las series de Reunión se levantan de Internet, se regalan en libros, se reimprimen.

Hay un secreto que me mata: ¿en qué momento se establece la conexión confiada, esa especie de apertura en el relato que se percibe en algo más que los ojos y los oídos? Mientras escuchaba las historias de un conjunto de internos del módulo dos del Servicio Penitenciario de Ezeiza, la timidez y el recelo se disolvieron cuando me explayé largamente sobre mis whiskies favoritos y probé sin desmayarme un vaso de “pajarito” que estaba clandestino bajo un pupitre del aula. Y cuando Cristian Alarcón estaba entrevistando a un capo narco en la Cárcel de Ezeiza, como testimonio para su libro Si me querés, quereme transa, la conversación fluyó luego de que Cristian le hiciera una alusión sexual y estallara en una de sus ruidosas carcajadas.
—Pero yo no soy periodista. Al principio los mapuche me llamaban así hasta que un día me enojé, “Ya les dije que no soy periodista. Que ustedes me digan periodista es como que yo les diga indios”.
—Nada que ver con “la verdad”.
—Yo no someto a prueba lo que me cuentan. No me interesa la verdad. Para nada. Sí la memoria, sí la justicia, sí la épica de una voz narrándose a sí misma. Aunque los mapuche en las presentaciones decían: “Esta es nuestra verdad, porque es nuestra voz y porque está dicha en nuestra tierra. Si lo hubiéramos escrito, o dicho en otro lado, no sería nuestra verdad”. O sea que para ellos la verdad tiene una delimitación territorial y fonética.

2021